Les Fleurs du mal apareció en 1857 y enlaza con la poesía francesa que le precede, el Romanticismo, Victor Hugo y Théophile Gautier, sobre todo formalmente, pero por su estructura como libro y por su temática rompedora, urbana, contemporánea, al tiempo que erótica, necrofílica, demoníaca, rebelde, desafiante, abre caminos que pocos años más tarde seguirán Rimbaud, Verlaine o Mallarmé, cada cual a su modo, y llevarán a Apollinaire primero y a la gran eclosión poética francesa del siglo xx después. Es el primer libro de la modernidad, y sus constantes reediciones y lecturas indican claramente que sigue tan vivo como hace siglo y medio, cuando el maestro Hugo opinó sobre él en carta al poeta: ?Dotáis al cielo del arte de no se sabe qué rayo macabro. Creáis un estremecimiento nuevo?.
Ese estremecimiento nuevo provenía de la mirada y la inteligencia de Baudelaire, de una visión omnicomprensiva de la realidad que abarcaba todas las facetas de lo humano, ampliando el campo de la lírica a aspectos y perspectivas que habían quedado fuera de ella hasta entonces, como el trabajo, la miseria, la vejez, la mendicidad, la prostitución o el lesbianismo, enriqueciendo la poesía con cuanto no se había considerado digno de figurar entre lo bello, de aspirar a la belleza del arte pese a su fealdad, su repugnancia o su maldad. Baudelaire nos enfrenta por primera vez en la lírica a la complejidad del ser humano y de la existencia sin censuras ni tapujos. Incorpora el mal a la poesía, pero lo hace en forma de flores, y ?la energía con que nos pinta el mal y sus secuelas prueba la belleza de su corazón?, como escribió él mismo de Daumier. Y su legado nos motiva y pervive.