El tiempo y la tergiversación, unas veces inconsciente y otras, las más, deliberada, habían distorsionado los trágicos sucesos de 1877, que los habitantes de Mequinenza se habían transmitido oralmente de generación a generación con un sentimiento de vergüenza y de culpa; los puntos oscuros, las versiones contradictorias hacían poco menos que imposible la reconstrucción de los mismos. Hace pocos años, el hallazgo fortuito (tal casual que parece inventado) de un manuscrito (que no es en modo alguno otro recurso literario aunque también lo parezca) cambió las cosas.
Obra de un escribano del juzgado de Caspe que participó personalmente en la investigación del caso, la relación proporcionaba la base documental donde apoyar sólidamente una reconstrucción novelada. Sin embargo, la idea del libro, acogida con expectación, también produjo cierta inquietud, provocó recelos y levantó polémica. Más de un siglo después, las viejas infamias -las de los malhechores y las de la justicia- se revelaron aún vivas en una estremecida memoria colectiva. El escritor se convirtió en el destinatario de mensajes de todo tipo pero siempre confidenciales: desde los que le aportaban información insospechada, mantenida hasta entonces en secreto en el seno familiar, hasta los que le conminaban a renunciar a su proyecto en aras de la buena fama de la población. Las antiguas pasiones cobraban virulencia. Porque, en el fondo, el crimen del camino de Caspe y sus secuelas fueron, y siguen siendo, mucho más que un tema sangriento para un romance de ciego.
«Una novela sobre el tiempo, un mundo propio inconfundible, universal porque el ruralismo es lo contrario de lo que escribe Jesús Moneada» (Pere Gimferrer).
«Toda una obra de orfebrería. Ahora bien: si buena parte del mérito de la novela es el intrincado trabajo de combinación de episodios, lo más valioso es el material de que está hecha: la lengua. En pocos escritores encontramos un dominio tan extraordinario del lenguaje y, sobre todo, tanta riqueza» (Jordi Malé, Revista de Catalunya).
«Un mito geográfico y literario en la línea de precedentes tan nobles como el condado de Yoknapatawpa en la obra de William Faulkner, el Macondo de Gabriel García Márquez o Región de Juan Benet» (lsidor Cònsul, Avui).