Robin DiAngelo define el concepto de fragilidad blanca (acuñado por ella) como un estado en el cual el más mínimo desafío a la posición blanca se convierte en intolerable y desata una serie de comportamientos defensivos, como la indignación, la argumentación, la invalidación, el silencio, el considerarse incomprendido y atacado... Reacciones todas ellas que restituyen el equilibro racial blanco y mantienen el control. Según Claudia Rankine, este libro demuestra que el racismo no es una práctica limitada a gente mala y ofrece un lenguaje a las estructuras emocionales que convierten en difíciles las discusiones verdaderas sobre actitudes raciales. Es en definitiva un libro necesario para el que quiera comprender cómo se desarrolla la fragilidad blanca, cómo protege la desigualdad racial y qué se puede hacer para que el diálogo sobre el racismo se convierta en algo fructífero en vez de verse abocado a un camino sin salida en el cual a menudo se atascan las conversaciones sobre este tema.
Dejadme que sea clara: si bien la capacidad que las personas blancas tenemos de sobrellevar cualquier cuestionamiento a nuestra posición racial es limitada y, en este sentido, frágil , los efectos que tienen nuestras reacciones no son frágiles en absoluto; al contrario, son muy poderosos, porque se aprovechan del poder y del control histórico e institucional. Ejercemos este poder y control de la manera que sea más provechosa en el momento de proteger nuestras posiciones. Si tenemos que llorar para que todos los recursos nos sean rápidamente devueltos y la atención se desvíe del debate sobre nuestro racismo, lloraremos (una estrategia empleada con más frecuencia por mujeres de clase media blancas). Si tenemos que ofendernos y responder con justificada indignación, nos ofenderemos. Si tenemos que discutir, minimizar, explicar, hacer de abogado del diablo, gimotear, desconectar o replegarnos, lo haremos . (Robin DiAngelo, Fragilidad blanca)