La noción de inteligencia emocional se popularizó en la década de 1990 como una forma de gestionar eficazmente los sentimientos en todas las facetas de la vida. Sin embargo, el capitalismo ha sabido apropiarse de este cambio de paradigma. Lo que en El arte de amar, de Erich Fromm, se postuló como una búsqueda de sentido y un estudio de la naturaleza del amor, en la sociedad del marketing emocional se convierte en una herramienta para realzar la marca personal.
En El arte de emocionarse, una aproximación inteligente y rigurosa a la compleja relación entre emoción y razón, Lluís Soler desgrana la paradoja que entraña la creciente simbiosis entre ambas: las emociones, expresiones genuinas de nuestra vida afectiva e impulsiva, se han convertido en mercancía de cuyo intercambio todos somos víctimas y partícipes.
Los sentimientos, lo íntimo, lo personal, se cuelan en la esfera antaño reservada a la razón; el trabajo, las parejas y las amistades ideales se reservan a quienes mejor sepan venderse ante los demás; deseos e impulsos se someten al dictado de los algoritmos; las personas pasan a ser empresarias de sí mismas; la espontaneidad se transmuta en estrategia para ganar adeptos en las redes sociales.
Profundizando en la lógica de un discurso que convierte nuestra existencia en una mercancía, y donde impulsos, creencias, ideas y valores se venden como objetos de consumo, el autor nos desvela las claves de una realidad que abarca ámbitos muy diversos —la psicología, la neurociencia, la educación, la economía, la cultura—. Y no lo hace para sumirnos en un pesimismo sin remedio, sino como una invitación a construir una realidad donde pongamos la razón y las emociones al servicio de un
mundo mejor.